15 de mayo de 2008

El se encontraba ahí, sentado, rodeado solamente por las palomas, su única compañía desde su partida… No había ninguna razón por la que no debiera estar ahí. Fue donde se conocieron. Donde le dijo que la amaba. Donde le pidió matrimonio. El lugar donde ella acepto. El mismo sitio al que habían ido juntos, inseparables, todos los terceros días del quinto mes, por 50 largos años.

Siempre la imaginaba a su lado. Ella tomaba su mano y le sonreía. El devolvía el gesto con pesar y dolor en su mirada. Sabía que era tan solo una ilusión, pero aunque fuera solo un producto del deseo de volver a verla, de sentir su presencia, su perfume, no estaba dispuesto a perderla. No otra vez. No estaba preparado todavía para dejarla ir.

Gente que pasaba cerca del anciano cree haberlo oído hablar solo. Lo que no saben es que el nunca estaba solo, se equivocaban. Ella siempre se encontraba sentada junto a el en ese banco en el que el paso del tiempo había dejado su imborrable marca.

Sabía que en algún momento debería acompañarla. Mientras su corazón le ordenaba una cosa, su mente le decía totalmente lo contrario. El único motivo que lo empujaba a ir con ella era justamente eso, el deseo de estar juntos por siempre, sin alejarse nuevamente. Pero no estaba seguro de lo que le esperaba luego de dejar su cuerpo, ya pidiendo retribución por tantos años de servicio. Tenía miedo.

Solamente pensarla lo ponía feliz, le agregaba una sonrisa a su arrugado rostro. La sola idea de pasar juntos toda la eternidad lo llenaba de regocijo. Decide acompañarla, pero no en ese momento. Todavía no era su hora, sabiendo que estaba muy cerca.

Con una ultima sonrisa, ella suelta su mano. El mira a su lado y ya no la puede ver. Sabe que volverá a verla en muy poco tiempo.

1 Comment:

bettylis said...

una palabra hermosisimoooo !! lo lei y es muy tierna historia