10 de junio de 2009
Delante mío había una chica, de pelo castaño oscuro, el cual se movía al ritmo de una brisa que hacía que los árboles de Palermo bailaran al ritmo que ella imponía. Ella espraba un colectivo, no sé qué número, pero esperaba, mirando un punto fijo en el horizonte, como si hacer fuerza con la mirada haría que su transporte llegara a tiempo.
De repente, como si nada, se paró frente a mi... Apenas la miré a los ojos lo supe. No se puede describir, pero lo supe... Con esa mirada me enamoró perdidamente. Hizo que el tiempo se detenga, que el mundo deje de existir... Las hojas caídas revoloteaban al rededor nuestro, como si celebraran nuestro encuentro. No habló, no dijo una palabra, aunque sus ojos me decían todo.
Me tomó de la mano y empezamos a caminar por algún lugar que no puedo acordarme, pero no importa, el hecho de caminar con ella era lo que me hacía felíz. De repente, se detuvo y me abrazó. Sentí su corazón latir tan fuerte como el mío, como si estuviesen a punto de explotar. Sentí su respiración, su perfume.
Acercó su boca a la mía, y en un beso demostramos hasta el más escondido de nuestros sentimientos. Duró una eternidad para nosotros, pero para el resto fueron unos pocos segundos..
Me pareció ver una lágrima correr por su mejilla, casi como si supiera...
Cuando estaba a punto de escuchar su voz, en el instante en que comenzó a abrir su boca, abrí los ojos. Y no estaba cerca de ella, por más esfuerzo que hiciera no podía volver a verla.
No puedo recordar su cara, aunque sé que no se parecía a ninguna que conocí. Tampoco supe su nombre, pero estoy seguro que voy a encontrarla otra vez...
En algún momento...